En lo que llevamos de siglo XXI, contemplo con cierto asombro como la antigua y vetusta filosofía del estoicismo parece haberse puesto de moda y está adquiriendo un nuevo brío. Quizás lo que más me sorprende es que no sean personas como mi vecino basurero y alcohólico (que además, según me cuenta, sufre de terribles lumbalgias) los que la preconicen – algo que me parecería mucho más lógico – sino influencers bastante acomodados que en la mayoría de los casos poseen piso en la ciudad y chalet en la playa.
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Más allá del estoicismo
No será este humilde autor quien diga a tirios o troyanos dónde han de encontrar consuelo. En esta era postmoderna de tierra cultural e ideológica quemada, cada uno halla alivio y asueto donde puede; aunque, en un sentido profundo, una filosofía cuya máxima es aguantar – eso sí, con la máxima dignidad – no me parezca particularmente inspiradora. Si por el estoicismo fuera, no creo que nuestros antepasados hubieran salido de las cavernas, y mucho menos que hubieran dado sus primeros pasos artísticos y nos hubieran dejado legados como los de Lascaux o Altamira.
Lo que ellos hicieron no fue sólo soportar estoicamente las terribles condiciones vitales a las que les sometía – y digo bien, sometía – esa madre y a la vez juez implacable de todos nosotros llamada Naturaleza. Fue adentrarse en lo que podríamos denominar la aventura creativa o la aventura estética. A su necesario e imprescindible estoicismo añadieron una nueva capa de esteticismo en donde atisbaron un nuevo sentido a sus vidas; y no dudo de que éste esteticismo actuó como auténtico motor evolutivo de una forma en la que el estoicismo puro y duro nunca habría podido hacerlo.
Ars longa, vita brevis
Nuestros antepasados cavernícolas comprendieron afortunadamente pronto la famosa máxima de Hipócrates de que ars longa, vita brevis. Y, sin ningún género de dudas, simpatizaron a través de los siglos con la aguda observación de Oscar Wilde de que ‘la naturaleza es tan incómoda… si hubiera sido cómoda, los seres humanos no habrían inventado la arquitectura, y prefiero las casas a vivir a la intemperie’. Un servidor también, y lo mismo creo de hasta las más estoicas de entre mis lectoras.
Hoy más que nunca todos y cada uno de nosotros somos llamados a ser co-partícipes en esta aventura estética y creativa, una aventura que siempre nos lleva mucho más allá de los confines y límites que nos impone la Naturaleza. Como hace bien en recordarnos el psicoterapeuta estadounidense Thomas Moore, tras la instalación en sus tronos de los cuatro jinetes del Apocalipsis del Consumismo, el Materialismo, la Vulgaridad y la Mediocridad, nos ha tocado vivir entre tinieblas postmodernas dentro de una ‘noche oscura del alma’ más o menos permanente que nos atenaza y nos arrastra.
Frente a filosofías biempensantes como el Estoicismo en Occidente o el Taoísmo en Oriente – cuyas propuestas fundamentales son nuestra aparente alineación con los principios inamovibles de la naturaleza y el control de nuestras emociones ante las implacables pautas del Universo que empequeñecen nuestra existencia – la aventura creativa y estética nos anima a entroncarnos con la fuerza creadora del Cosmos. Al así hacerlo, encontraremos el único posible sentido trascendente a nuestras vidas, maximizadas por su enraizamiento en la fuerza motriz y baluarte infinito de creatividad en la que hallaremos nuestro verdadero hogar.
La creatividad al poder
Sólo somos cuando creamos, y especialmente cuando lo hacemos no sólo imitando a la siempre inspiradora Naturaleza, sino como apuntaba Baudelaire ejercitando un uso pleno de nuestra imaginación y fantasía para encontrar en estas dos facultades cosas mucho más bellas. A ello añadiría John Ruskin – el mayor y mejor crítico artístico de la Inglaterra Victoriana – la inteligencia creativa, ya que ‘la calidad nunca es un accidente: siempre es el resultado del esfuerzo inteligente’.
La belleza es a nuestra alma lo que los hechos son a nuestra mente. Todos y cada uno de nosotros necesitamos un reencuentro urgente con la belleza en nuestras vidas, ya que sólo de ella puede surgir la pasión por la creatividad que define en un sentido pleno al artista. A toda artista, no sólo a las de las bellas artes, sino a toda trabajadora a la que nuestra sociedad capitalista no haya arrebatado la dignidad de crear e innovar en su trabajo.
Parafraseando a Ruskin, afirmaría que necesitamos una sociedad de albañiles y constructores góticos y no de trabajadores en una deshumanizada línea de producción industrial que crean productos con una perfecta uniformidad.
Para estos últimos es especialmente importante y urgente ese reencuentro con lo mejor de nuestro canon literario y artístico: entendiendo por este canon aquellos/as autores/as cuya originalidad les ha llevado a ser inscritas con letras de oro en un registro que va mucho más allá de las modas pasajeras de esta o tal época. Allí encontraremos – por centrarnos sólo en los siglos XIX y XX – en las letras inglesas a George Eliot o Jane Austen, a Joseph Conrad o T.S. Eliot y entre las hispanas a Borges, Machado, Rosalía de Castro o Benito Pérez Galdós.
Canónicamente bello
El recién mencionado T.S. Eliot afirmaba que ‘la poesía no es la liberación de la emoción, sino el escape de la emoción; no es la expresión de la personalidad, sino el escape de la personalidad’. La auténtica artista siempre se transciende a sí misma: y en esa transcendencia es en la que encuentra la única y auténtica liberación posible a la que tenemos acceso los mortales.
Walter Pater definió nuestro canon literario occidental – al que cada siglo va añadiendo nuevos/as autores/as – como el resultado perdurable en el tiempo de la originalidad superpuesta a la belleza. La literatura no depende de la filosofía, y la estética – ¡lo siento, posmodernos! – es irreducible a la ideología o la metafísica, ya que posee un incalculable valor en sí misma que ninguna ideología pasajera le podrá jamás robar.
La Literatura no es meramente lenguaje, sino la voluntad figurativa, o lo que Nietzsche definió como ‘el deseo de ser diferente, el deseo de estar en otro sitio’. Por todo ello, queridos amigos neo-estoicos, no me pidáis que aguante lo que me depare esta valle de lágrimas y ni siquiera me exijáis dignidad al hacerlo. Dejadme tan sólo que experimente el valor estético, que disfrute de él y que me autorrealice como ser humano de la única forma que sé y puedo hacerlo. Permitidme que, como ha declarado nuestro notable escritor Luis Landero, prefiera soñar la vida a vivirla.
Os agradezco vuestra (nunca mejor dicho) estoica paciencia al haber leído este texto y os dedico estos inmortales versos de Swinburne (1866), que espero sirvan para que podamos reconciliarnos en esa Naturaleza simbolizada por la mar – tan terrible y a la vez tan inspiradora – en la que al final descansaremos todos :
‘I will go back to the great sweet mother,
Mother and lover of men, the sea.
I will go down to her, and none other.
Set free my soul as thy soul is free’
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